Academia Libertaria

El comunismo inteligente. La sonrisa vonderleyen.

El estado posee una carga genética que contiene su destino desde su embrión allá en la prehistoria hasta que se convierte en el adulto totalitario que es en la actualidad.

No existen los estados libres o los estados totalitarios. Existen los estados en sus diferentes fases de desarrollo y perfeccionamiento.

Los estados pasan de una fase a otra en función de su grado de expansión o crecimiento (capacidad para ejercer la violencia) y en función de la disponibilidad tecnológica (capacidad de control). La extracción de rentas y la dominación del individuo requieren, además de una poderosa capacidad para la coerción, de complejas maquinarias de organización y control. La evolución del estado hacia su propio perfeccionamiento no presenta retrocesos ni pasos atrás, nunca retrocede hasta una fase anterior. El estado es una organización cada vez más poderosa, más dominadora, más eficiente. Aprende de sus propios errores a lo largo de la historia y aprovecha sus oportunidades. Los aparentes fracasos son simplemente consecuencia de la mecánica de ensayo y error que la propia inercia expansiva del estado provoca en la relación con su víctima: el individuo.

La evolución del estado a través del tiempo es lineal, unidireccional y continua, no hay espacios vacíos. Su evolución dibuja una línea quebrada con muchos éxitos y pocos fracasos. Se trata de la misma estructura de poder desde que apareció sobre la faz de la tierra y desde entonces mantiene sus características primigenias (el robo y la violencia, que al poco evolucionó hasta el sometimiento). Clasificar a las diferentes formas del estado, añadiéndoles apellidos o segundos nombres, es elaborar una especie de taxonomía para aficionados, un bonito mariposario. Pero es algo que nos distrae de la visión de conjunto del problema. Podemos estudiar las diferencias entre el imperio o el estado nación, entre el estado feudal y las democracias liberales. Pero para ello tendremos que acercar nuestra mirada y entonces perderemos la perspectiva del problema.

El estado tiende a su propia perfección como estructura de dominación. Probablemente nos encontramos en la penúltima fase de su desarrollo: la transformación en un estado totalitario que aspira al control absoluto del individuo.

Pero hay muchas formas de alcanzar esa fase última de perfección. Todas se dieron desde los comienzos del siglo XX. Primero apareció el modelo soviético o marxista-leninista, que hacía un uso indiscriminado de la violencia, y agostaba cualquier brote de productividad en su economía. Muy poco más tarde, los diversos modelos de fascismo o socialismo nacionalista. Después apareció el comunismo gramsciano, que reconducía alguno de los grandes errores del estalinismo, y en el que se modulaba el recurso a la violencia y la represión de la iniciativa privada. También podemos citar el modelo chino, en cuya economía florece el capitalismo en su forma más natural, aun bajo fuertes limitaciones políticas. El modelo del grupo de Puebla o de Sao Paulo, en el que se aplica una apariencia de respeto institucional, combinado con un desprecio absoluto por la libertad económica.

Todo un catálogo de experiencias que, bajo la ya citada técnica del ensayo y error, han conducido siempre al error, cuando no se ha respetado la libertad económica y la iniciativa privada.

Nominalmente, el comunismo cayó, es cierto, en 1.989. Pero no fue ni estigmatizado ni anatematizado. Apenas reprendido. ¿Por qué? Porque el comunismo es la evolución natural del estado, su estadio de máxima perfección, el ideal y la más íntima aspiración de todos los que forman parte de las estructuras de los gobiernos: políticos, funcionarios, sindicalistas, monopolistas…

En cualquier parte del planeta, el modelo aspiracional de todo grupo social que viva del saqueo de las rentas ajenas y de la dominación de la voluntad de los individuos, es el sistema comunista.

Aquellos que vivimos en el acogedor territorio de las democracias occidentales respiramos satisfechos los salutíferos aromas de la libertad. Habitamos el llamado mundo libre y nos ufanamos de ello ante quienes habitan o habitaron durante mucho tiempo bajo regímenes totalitarios.

Pero el modelo occidental es solo la última forma que ha encontrado el estado para evolucionar hacia un sistema de control y dominación absoluto, hacia el sistema totalitario más perfecto de la historia.

Todos los intentos anteriores resultaron ser modelos políticos toscos, de rudas maneras. El europeo es un sistema más cortesano, en el que se guardan las formas, y se presta fingida atención al fingido respeto a ciertos valores y derechos.

Hay quien dice que el comunismo chino es el comunismo inteligente. Pero no es cierto. El comunismo inteligente es el sistema que impera en occidente. Y esa expresión no contiene en sí misma una paradoja, sino una tragedia para la especie humana.

El modelo económico chino compite en la actualidad con el modelo económico occidental. En apariencia se trata de dos modelos antagónicos, pero quizás observados un poco más de cerca no sean tan diferentes.

El chino en cambio es un modelo menos afectado que el europeo. No pierden el tiempo ni las energías en procesos electivos que, a la postre, como pasa en occidente, conducen al mismo y único núcleo de poder. Se ahorran las elecciones y la pérdida de dinero, tiempo y energía que inevitablemente conlleva la alternancia en el poder.

Pero aparte de esto, que es una cuestión meramente formal, ¿qué diferencia a ambos sistemas? Analicemos el control sobre la economía y el control sobre el individuo.

Es verdad que el gobierno chino tiene un control casi absoluto sobre sus empresas. Pero también lo es que los gobiernos occidentales lo tienen. Lo ejercerán más o menos en función de las circunstancias y de sus propias necesidades. Pero no hay ninguna limitación para el poder de los gobiernos sobre los individuos y las empresas en ninguno de los dos sistemas.

Y esta es la auténtica superación de dogma marxista. Según Marx el Estado debía ser propietario de los medios de producción. Pero ¿para qué quiere el estado ser propietario de las empresas si se reserva el absoluto control sobre las mismas? En estado deviene a la postre en un rentista que pasa a cobrar sus beneficios periódicamente.

¿Qué ventajas tiene no ser propietario de las empresas?

En primer lugar, las empresas serán productivas si el estado no es su propietario. Sólo las empresas privadas son productivas. Las empresas públicas son ruinosas. Entonces, es mejor que las empresas sean formalmente de titularidad privada.

El estado no necesita la propiedad de las empresas, porque gestionar empresas es un fastidio propio de gente que se juega la vida y el patrimonio en eso. Entonces permitiremos que la propiedad se quede el cincuenta por ciento de los beneficios a cambio de su trabajo, su esfuerzo y su inteligencia. El otro cincuenta por ciento sí que será propiedad del estado.

En segundo lugar: de cualquier manera, ese cincuenta por ciento que se queda el empresario no escapa tampoco al control del estado. Siempre se puede, si es necesario, desposeer al individuo de sus bienes hasta donde se considere conveniente. No existe ninguna protección del individuo frente al estado, ni limitación alguna de éste frente a aquel.

Si la empresa fracasa nadie culpará a ningún comisario del pueblo ni a ningún directivo puesto a dedo por el gobierno o el partido. El empresario correrá con las culpas, la humillación y las consecuencias de su fracaso. Y pagará las deudas. El estado siempre dispondrá de un culpable a mano para cualquier situación de excitación o revuelta social.

En tercer lugar, convertimos a las empresas en eficientes recaudadores de impuestos. Este será siempre más eficiente que ningún otro sistema de recolección de rentas.

En cuarto lugar, las empresas serán buenas herramientas de control social, ya que el estado puede regir las relaciones laborales entre empleados y empresarios, mediante una absurda e inacabable regulación de leyes de trabajo, convenios sindicales, salarios mínimos, obligaciones corporativas, planes de adoctrinamiento, etc. De esta forma, el estado imprime su ideología en la vida de los individuos y les educa contra el deseo de libertad.

En ambos sistemas se puede intervenir la producción mediante normas o estándares de fabricación, aranceles, homologaciones, impuestos especiales, subvenciones, concesiones, licencias, leyes ambientales, o simples prohibiciones.

Las empresas terminan siendo poco más que granjas productoras en las que la iniciativa o la función del empresario se reduce a la mínima expresión, con un margen de actuación sólo un peldaño por encima del cuerpo de funcionarios.

Los sistemas de control se perfeccionarán con el tiempo, como la automatización de una explotación avícola. ¿Hasta dónde? Hasta donde se considere necesario. ¿Acaso hay algún límite?: monedas digitales, ciudades de quince minutos, consumo programado…

Y todo tras el cartel de bienvenida de “Mundo Occidental” o “Democracias Liberales”.

¿Quién necesita, amigo Karl, la propiedad de los medios de producción? Por favor, seamos inteligentes.